lunes, 27 de septiembre de 2010

El sueño de la Luna

Erase una vez un niño llamado Matías que soñaba con ir a la Luna. Cada noche, antes de ir a dormir, se asomaba a la ventana con su papá para buscar en el cielo la Luna. Cuando la encontraban, siempre se quedaban unos minutos contemplándola, los dos en silencio. Lo hacían desde que Matías era bien chiquitín. Antes de poder hablar incluso, ya había quedado hipnotizado con nuestro satélite natural.
El niño fue creciendo pero su sueño no cambiaba. Era tal la atracción que sentía por la Luna que tenía el convencimiento de que formaba parte de ella. Quizás en otra vida fue selenita, o quizás una roca de Luna.
Dedicó su vida a estudiar con todo su empeño para poder cumplir su sueño. Fue uno de los científicos pioneros en su tierra y consiguió ser empleado por una empresa espacial. Impulsó montones de proyectos para viajar a la Luna, pero ninguno finalmente se podía llevar a cabo. Que si falta de presupuesto, que si falta de seguridad, que si falta de tecnología... Pero Matías no se rendía. Y cada noche seguía contemplando la Luna, ahora con sus hijos.
Envejeció, se jubiló y, pese a que no había conseguido llegar a la Luna, se sentía feliz. Su vida había tenido siempre una motivación: conseguir un sueño. Había aprendido muchísimo, había conocido a gente muy interesante y había tenido una familia maravillosa que le había apoyado y le había dado amor.
Ya estaba preparado para morir. Había vivido mucho y bien y necesitaba descansar. Esa noche, cuando se acostó, supo que era su última noche en este mundo. Besó a su mujer, como había hecho todas las noches durante los 56 años que llevaban juntos. Cerró los ojos y esperó.
Le despertó una luz blanca, tan blanca que no podía ser de este mundo. Se levantó, la siguió y cuando los ojos se le acostumbraron al brillo se dió cuenta de donde estaba. Ese era su lugar, la Luna. La felicidad que le invadió era tan inmensa que no podía abarcarla toda. Matías llegó a la Luna. Consiguió su sueño.
Por la mañana su mujer lo encontró muerto, pero su cara irradiaba tanta felicidad que ella estaba segura de donde descansaba su marido.

Maria del Mar, 25/09/10